viernes, 17 de diciembre de 2010

LAS DIFICULTADDES DEL MATRIMONIO

El matrimonio y la familia no carecen de dificultades, por el contrario poseen mayores retos y problemas, precisamente porque se está viviendo un sacramento y las tentaciones se multiplican, además debemos considerar que donde hay dos personas ya hay suficiente material para una discusión.
Estos problemas a menudo son más fuertes en el plano de los afectos. Los recelos, desconfianzas, discusiones, rencores, faltas de perdón. También afectan al plano de las voluntades, más aun si hablamos de faltas mayores como infidelidad, mentiras, violencias, graves discusiones, sin embargo, muchos de ellos son ahogos y aflicciones que se presentan por situaciones pequeñas o menores, pero que con el tiempo pueden ocasionar serios daños, resquebrajamientos familiares e incluso dolorosas separaciones. Aún cuando no se llegue a tanto, sin embargo, esto es suficiente para amargar o hacer difícil la vida de la familia y no encontrar la felicidad.

Escusas hay muchas, “-Es que pensamos diferente-”; “-Nuestro problema es que somos distintos-”; sí…….!! y precisamente por eso se casaron; no hay dos cosas más diversas que una llave y una cerradura y trabajan perfectamente! ¿dónde vamos a encontrar dos personas que piensen exactamente igual en todo?. Esto se complica cuando utilizamos las escusas de: “-Lo que pasa es que no cede y solo quiere las cosas a su manera…..”

Esto nos aclara que los problemas familiares o matrimoniales no son principalmente problemas de temperamento (aunque pueden terminar causando serias perturbaciones) sino espirituales. Dicho de otro modo, son problemas de virtudes. De uno de los cónyuges o de los dos.

¿Esto tiene solución? Claro que sí; una solución fácil de formular y difícil de cumplir. Pero que vale la pena, siendo su resultado la felicidad y por ello se detallan las pequeñas virtudes que el Santo Marcelino Champagnat hizo:



1ª Pequeña virtud. La indulgencia, que excusa las faltas del prójimo, las disminuye, las perdona también muy fácilmente, aunque no pueda esperar lo mismo para sí. San Bernardo dijo en una oportunidad a sus religiosos: “Queridos hermanos, haced conmigo lo que queráis, estoy resuelto a amaros siempre, aunque vosotros no me améis. Mi amor me tendrá unido con vosotros, aun a pesar vuestro. Si me insultáis, tendré paciencia, inclinaré la cabeza a las injurias; venceré vuestro mal proceder con beneficios; iré delante de los que rechacen mis servicios; haré bien a los ingratos; honraré a los que me desprecien, porque somos miembros los unos de los otros.”
2ª Pequeña virtud. La disimulación caritativa, que hace como si no se diese cuenta de los defectos, sinrazones, faltas y palabras poco atentas del prójimo, y que todo lo soporta sin decir nada y sin quejarse. Dice San Pablo: “Disimulad, sufrid los defectos de vuestros hermanos” (Col 3, 13). No debemos olvidar que la corrección fraterna no abarca todos los defectos sino los defectos graves. Y además, aun después de haber corregido o reprendido, es necesario sufrir y soportar, habiendo, como hay, defectos que sólo se curan con el ejercicio de la paciencia y sufriéndolos. Además, también los hay en las almas virtuosas que no se enmiendan a pesar de los esfuerzos que se hacen, y que Dios deja como ejercicio de virtud para aquel que está sujeto a tales defectos y para los que viven en su compañía.
3ª Pequeña virtud. La compasión, que hace compartir las penas de los que padecen para suavizarlas, llorar con los que lloran, que empuja a tomar parte en los trabajos de todos, e interviene para aliviarlos o sobrellevarlos él mismo.
4ª Pequeña virtud. La santa alegría, que comparte también los gozos de los que están felices, pero con la intención de acrecentarlos. San Pablo nos ofrece un ejemplo admirable de esta caridad que toma todas las formas para ser útil al prójimo: “Me he hecho todo para todos, dice; lloro con los que lloran, me alegro con los que están alegres; nadie enferma que no enferme yo con él; nadie se ha escandalizado sin que yo no me abrase; en una palabra, he tomado todas las formas a fin de serviros y ganaros a todos para Jesucristo” (1Co 9, 19-22; cf. 2Co 11, 29).
5ª Pequeña virtud. La flexibilidad de ánimo, que sin motivos muy serios jamás impone a nadie sus opiniones, sino que admite lo bueno y racional que hay en las ideas de los demás, y aplaude sin envidia los buenos pareceres de los demás para conservar la unión y caridad fraterna. Es la renuncia voluntaria de sus intentos personales y la antítesis de la obstinación e intransigencia en las propias ideas. “No disputes”, huye de contiendas de palabras (2Tim 2, 14), dice el San Pablo. Pero si alguno dijese, añade San Marcelino: “Yo tengo razón, y no puedo sufrir las tonterías o los yerros de los demás”, oiga la respuesta de San Roberto Belarmino, doctor de la Iglesia: “Más vale doscientos cincuenta gramos de caridad que cien kilos de razón”. San José de Calasanz decía: “Quien quiera paz a nadie contradiga”.
6ª Pequeña virtud. La solicitud caritativa, que se apura a ayudar las necesidades de los demás antes que ellos lo pidan para evitarles la pena de sentirlas y la humillación de pedir ayuda; la bondad de corazón que nada sabe negar, que está siempre en acecho para poder servir, para dar gusto y obsequiar a todo el mundo.
7ª Pequeña virtud. La afabilidad, que atiende a los importunos sin mostrar la más leve impaciencia, que siempre está pronta para acudir en ayuda de los que piden su auxilio, que instruye a los ignorantes sin cansarse y con toda paciencia. En una oportunidad San Vicente de Paúl interrumpió la conversación que tenía con algunas personas de categoría, para repetir cinco veces la misma cosa a alguien que no la entendía bien, diciéndole la última vez con igual tranquilidad que la primera. Escuchaba sin sombra de impaciencia a pobres personas que hablaban mal y largamente; se le vio, estando sumamente atareado, dejarse interrumpir treinta veces en un día por personas escrupulosas que no hacían más que repetir inútilmente lo mismo con diferentes términos, oírlas hasta el fin con invencible paciencia, escribirles algunas veces de su puño lo que les había dicho, y explicárselo más detenidamente cuando no le entendían bien; finalmente, interrumpir el oficio y el sueño para servir al prójimo.
8ª Pequeña virtud. La urbanidad y la cortesía, que se anticipan a todo el mundo en las demostraciones de respeto, atención y deferencia, y que ceden siempre el primer lugar en obsequio de otros. “Anticipaos unos a otros en las señales de honor” (Rm. 12, 10). Las demostraciones de estima y veneración manifestadas con sinceridad fomentan el amor mutuo, como el aceite sirve de alimento al fuego de la lámpara, y sostiene la llama que produce la luz; sin esto no hay unión posible ni caridad fraterna. “Ama, dice San Juan Crisóstomo, y serás amado; alaba a los otros y serás alabado; respétalos y te respetarán; dales de buena gana la preferencia, y te tendrán toda suerte de atenciones”. Y añadía san Marcelino: “No maltrates a nadie; no falten a nadie tus atenciones; y cuídate de despreciar a ninguno de los que te rodean, o mostrarte áspero con alguien porque tenga defectos”. Así como no nos burlamos ni nos enojamos con nuestra cabeza cuando nos duele o con un pie cuando se nos hincha sino que lo cuidamos de modo especial y lo hacemos reposar, así debemos hacer con los que son como “algo nuestro”.
9ª Pequeña virtud. La condescendencia, que se presta fácilmente a los deseos de otros, se inclina para complacer a los inferiores, escucha las observaciones y muestra apreciarlas aunque no siempre sean perfectamente fundadas. “Ser condescendiente, dice San Francisco de Sales, es acomodarse a todo el mundo en cuanto lo permitan la ley de Dios y la recta razón. Es ser como una masa de blanda cera, susceptible de todas las formas, supuesto que sean buenas; es no buscar el propio interés, sino el del prójimo y la gloria de Dios. La condescendencia es hija de la caridad, y no hay que confundirla con cierta debilidad de carácter que impide reprender las faltas de otro cuando se está obligado a ello; esto no sería un acto de caridad, sino, al revés, cooperar al pecado del otro”.
10ª Pequeña virtud. El interés por el bien común, que hace preferir el provecho de la comunidad, y aun de los particulares, al propio, y que se sacrifica por el bien de los hermanos y la prosperidad de la casa.
11ª Pequeña virtud. La paciencia, que sufre, tolera, soporta siempre, y no se cansa jamás de hacer bien, aun a los ingratos, llegando a hasta dar gracias a los que le hacían padecer. La beata Madre Teresa de Calcuta repetía constantemente a Dios: “Te amo no por lo que más sino por lo que me quitas”. Hay que soportar, pues, con paciencia las imperfecciones, defectos e importunidades del prójimo; tal es el verdadero camino para tener paz y conservar la unión con todos.
12ª Pequeña virtud. La igualdad de ánimo y de carácter, por la cual uno es siempre el mismo sin altibajos, y no se deja llevar de una alegría loca, ni de la cólera, del fastidio, de la melancolía, del mal humor; sino que permanece siempre bondadoso, alegre, afable y contento de todo.

Estas son las llamadas “pequeñas virtudes”. Como se ve son virtudes sociales, esto es, muy útiles a cualquiera que viva en sociedad con seres racionales. Sin ellas no puede ser gobernado este pequeño mundo en que nos hallamos, y las comunidades y familias están en desorden y agitación continua. Sin la práctica de estas pequeñas virtudes no es posible la paz familiar, el mayor de nuestros consuelos en medio de las penas que nos afligen en este valle de lágrimas. Desgraciada la casa en la que no se toman en cuenta las pequeñas virtudes: superiores y súbditos, jóvenes y ancianos, padres e hijos, esposos y esposas, todos están en discordia. Sin el amor y práctica de las pequeñas virtudes, no es posible que dos personas vivan armónicamente juntas bajo el mismo techo (sean religiosos, esposos, padres, hijos o hermanos). Sin la caridad y la práctica de las pequeñas virtudes, la casa religiosa y el hogar familiar terminan siendo un presidio o un infierno. “¿Queréis que vuestra casa sea un paraíso por la unión de los corazones? —añadía San Marcelino—. Aficionaos a las pequeñas virtudes y practicadlas fielmente; ellas constituyen la dicha de una comunidad”.

¿Cuáles son los motivos por los que se hace necesario vivir estas pequeñas virtudes?

1º Motivo. Por la debilidad del prójimo. Sí, todos los seres humanos son débiles, y de aquí tantos defectos, la mayoría de ellos pequeños. El uno es suspicaz, y escudriña cuanto se le dice y cuanto con él se hace; el otro es quisquilloso, y está siempre preocupado con la idea de que se le aborrece, que no se le atiende, que se desconfía de él, etc. Un tercero se deja llevar del desaliento, la menor cosa le abate, le pone melancólico y pesado a sí mismo y a los demás. Un cuarto es pronto como la pólvora, y se acalora a la menor palabra. Finalmente, todos tienen su parte flaca, cada uno está sujeto a muchos defectos e imperfecciones pequeñas que es necesario soportar, y que ofrecen continuas ocasiones de ejercitar las pequeñas virtudes. Es justo y racional que se trate con delicadeza todo lo flaco; se deben, por lo tanto, soportar las flaquezas del prójimo.
2º Motivo. Por la levedad de los defectos que nos vemos obligados a tolerar. Estoy refiriéndome al caso de personas virtuosas, al menos cumplidoras de los mandamientos de Dios y de las leyes de la Iglesia. Verdaderamente la mayor parte de los defectos que nos hacen perder la paciencia no son grandes vicios ni defectos groseros, sino imperfecciones, ímpetus de genio, flaquezas que de ninguna manera impiden que las personas, a ellas sujetas, sean almas escogidas, de gran fondo, de virtud sólida y de conciencia timorata.
3º Motivo. El tercer motivo es que a veces se trata de la ausencia de verdaderos defectos. Es decir, que muchas veces lo que nos hace sufrir de parte del prójimo son cosas en sí mismas indiferentes y de las cuales esas personas no tienen ninguna culpa. A veces nos molesta la cara de alguien, la fisonomía, el tono de la voz, la figura del cuerpo; o nos impacientamos por las enfermedades o achaques corporales o morales que nos repugnan, etc. Suele suceder también que lo que nos exaspera es la diversidad de caracteres y su oposición al nuestro. El uno es naturalmente serio, el otro alegre; uno es tímido, otro atrevido; uno es muy lento y se hace esperar, otro es muy activo e impetuoso y quisiera obligarnos a que fuésemos a toda máquina. La razón pide que vivamos en paz en medio de esta diversidad de naturalezas, y que nos acomodemos al gusto de los demás por medio de la flexibilidad, de la paciencia y de la condescendencia. El turbarse por esta diversidad de caracteres sería tan poco razonable como el enojarse porque a alguien no le guste una comida que a nosotros nos gusta.
4º Motivo. Todos tenemos necesidad de que los demás nos soporten en algo. Nadie hay tan prudente y cabal que pueda pasar sin la indulgencia de los demás. Hoy yo tendré que aguantar a alguna persona, y mañana esa persona u otra tendrá que soportarme a mí. ¡Qué injusticia sería exigir respeto y atenciones y no corresponder sino con dureza y altanería!
5º Motivo. Está en los lazos que nos unen con las personas a quienes debemos soportar. “Entre nosotros —decía Abrahán a Lot— no puede haber discusiones, porque somos hermanos” (Gn 13, 8). ¡Cuánto más se cumple esto si nos referimos a las dificultades en la familia! “Ésta sí que es carne de mi carne y hueso de mis huesos”, dice Adán al ver a Eva. Y muchas veces además estamos unidos por lazos de vocación, de común destino sobrenatural, etc. Son muchos motivos para amarlas, para servirlas y soportarlas con toda paciencia.
6º Motivo. Finalmente, el sexto motivo para ejercitar las virtudes pequeñas es su excelencia. Decía San Marcelino: “Ahora me arrepiento de haberlas llamado pequeñas, aunque esta expresión está tomada de San Francisco de Sales. Sólo pueden llamarse pequeñas en cuanto se refieren a objetos materialmente pequeños: una palabra, un gesto, una mirada, una cortesía; porque, por lo demás, si se examina el principio de donde nacen y el fin al que se dirigen, son muy grandes”. Al hablar de estas virtudes y del efecto que causan en una familia queda más en evidencia que la caridad es la primera y más excelente de todas las virtudes y la que hace más fácil el camino del cielo. Dios quiera que nunca busquemos excusas inoportunas para no vivirlas.

Nota: Tomado del Curso: Matrimonio Cristiano y Concepción; www.catholic.net 

No hay comentarios:

Publicar un comentario