miércoles, 24 de noviembre de 2010

Los Laicos y la Familia como Discipulos de Jesús

“En estos momentos en que la Iglesia de este continente se entrega plenamente a su vocación misionera, recuerdo a los laicos que también ellos son Iglesia, asamblea convocada por Cristo para llevar su testimonio al mundo entero. Todos los bautizados deben tomar conciencia de que han sido configurados con Cristo sacerdote, profeta y pastor, por el sacerdocio común del pueblo de Dios. Deben sentirse corresponsables en la edificación de la sociedad según los criterios del Evangelio, con entusiasmo y audacia, en comunión con sus pastores... Estáis llamados a llevar al mundo el testimonio de Jesucristo y a ser fermento del amor de Dios en la sociedad.”(Discurso inaugural de Su Santidad Papa Benedicto XVI en el V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe).

Los laicos y nuestras familias, en virtud del bautismo que recibimos, tenemos el llamado a ser discípulos y misioneros de Cristo asumiendo el rol fundamental de dar testimonio de El, imitando con su ejemplo, viviendo profundamente en Cristo. El dejarnos llevar por su amor, hace que, como discípulos, no podamos dejar de anunciar al mundo que sólo Él nos salva (cf. Hch 4, 12). En efecto, el discípulo sabe que sin Cristo no hay luz, no hay esperanza, no hay amor, no hay futuro. Cuando comprendemos que Jesús es el Dios-con-nosotros, aquel que siendo hombre verdadero entregó su amor por y para nosotros en la cruz, no podemos ser insensibles a ese amor, sino mas bien debemos corresponderlo con amor: “Te seguiré adonde quiera que vayas” (Lc 9, 57).

El discípulo con la convicción de ser un Apóstol cumple el mandato de su misión: “Id por todo el mundo y proclamad la buena nueva a toda la creación. El que crea y sea bautizado, se salvará” (Mc 16, 15).  Pero, para dar anuncio de Cristo y seguir su camino, debemos primero alimentarnos con la lectura y meditación de la palabra de Dios: que ella se convierta en su alimento para que, por propia experiencia, vean que las palabras de Jesús son espíritu y vida (cf. Jn 6, 63).